En ese despacho, que actualmente se denomina: Parás, S.C., y que ahora está ubicado en Bosque de Alisios (no en la época en que yo estuve de 1983 a 1987), en Bosques de las Lomas, inicié mi actividad profesional, en el área de impuestos.
Empecé, como creo que casi todos, sacando copias, recabando firmas, presentando escritos, yendo a revisar listas, acuerdos y trámites diversos.
Mi periplo desde el comienzo y aún a la fecha, ya no en todas las oficinas que a continuación mencionaré pero sí, en varias de ellas, era y ha sido en las Salas Regionales y en la Sala Superior del entonces Tribunal Fiscal de la Federación (en las calles de Varsovia, en la colonia Cuauhtémoc, y en Amores, en la colonia Del Valle, respectivamente, hoy en Insurgentes Sur), en Juzgados de Distrito y Tribunales Colegiados de Circuito (en las torres de Pino Suárez, en el Centro, ahora en Periférico Sur, en su mayoría, pasando por todos los cambios de sede a lo largo de todos estos años, a partir del temblor de 1985); en la Suprema Corte de Justicia de la Nación; la Secretaría de Relaciones Exteriores, en la Plaza de las Tres Culturas en Tlaltelolco, donde iba a solicitar permiso para denominaciones de sociedades; en oficinas del IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social); en diversas oficinas de la Secretaria de Hacienda y Crédito Público, en la Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo, Morelos, Puebla, Sonora y algún otro lugar que (por el paso del tiempo), seguro se me paso ahora por alto -aún no existía el SAT, que recién se formó hace poco más de 16 años- y hasta en la Tesorería del entonces Departamento del Distrito Federal.
Así inicié, mi actividad profesional, hace ya casi 32 años.
Anécdotas, tengo muchísimas: de verdaderas angustias; algunas con mucha suerte; otras francamente chuscas; varias que, sin más afán que ayudar a la gente, llevé a cabo.
Realicé gestiones para apoyar a personas que, en las oficinas de gobierno a donde me enviaban, veía francamente angustiadas, por no poder realizar un trámite por desconocimiento de lo que yo ya sabía hacer y entonces.
Sin recibir ningún tipo de paga de por medio, las ayudaba (hubo una vez que hice un escrito a mano para apoyar en la suspensión de un embargo, a un jovencito de unos 18 años, que recién se le había muerto su padre, quien era propietario de unos cines en la colonia Anzúres -a los cuales mi papá me había llevado, muchas veces- y que fue a averiguar que podía hacer; lo auxilié porque no tenía ni idea y obvio, los burócratas de la dependencia, ni le decían que podía suspender el embargo).
No era una labor quijotesca, sencillamente lo miraba como solidaridad con el prójimo y punto.
Nunca mencioné que hacía este tipo de acciones. Pero confieso que me sentía bien, llevándolas a cabo. Me dejaban una sonrisa de satisfacción, porque la gente a la que ayude en forma desinteresada me daba las gracias y punto.
Continuará…