Reitero, afortunadamente me iba muy bien en clase y en las materias, claro no confiado ni confiando de manera exclusiva en la suerte; si no con dedicación, ocupándome de prepararme, estudiando y elaborando trabajos -por cierto, siempre prefería hacer los trabajos solo y si el requerimiento era en equipo, de todas formas lo hacía todo yo, mi calificación estaba en juego y no me arriesgaba a que por apatía, abulia, negligencia o incompetencia de alguien me fura mal; luego solo ponía los nombres de los demás integrantes del equipo, sin importarme que tolo lo hubiera hecho yo-
Me esmeraba y aplicaba, en atención a no fallarle a mi padre, y a mi mamita.
Tal vez ese pensamiento era como mi zanahoria o mi amuleto, para seguir en el camino, porque a fin de cuentas, era solo mi responsabilidad y si yo les decía a mis padres que los estudios eran muy difíciles, si hubiera repetido algún año -para mi no era opción- ellos me hubieran creido sin chistar, porque confiaban en mí, más de lo que yo mismo confiaba y porque en verdad no sabían de que tan complicados o no eran los estudios en preparatoria y en la profesional; pero insisto, no cabía en mí hacer un fraude a mis padres, hubiera sido una canallada.
Pero he de reconocer que los costos en lo económico y en angustias para mis padres, fueron muy altos.
Cabe recordar que mi papá no terminó ni el primero de secundaria y que el cuarto de primaria lo repitió en tres ocasiones; mi mamita, llegó hasta quinto de primaria, sin terminar por la peritonitis que tuvo.
Imagino, todo lo que sufrieron sin decirme, por mis ocurrencias y aguantaron y siguieron luchando, tratando de entender a su hijo y buscando siempre la comunicación, que, sobre todo con mi papá siempre fue muy abierta, tanto que hasta le platicaba de mis amoríos, conquistas, ilusiones y demás sarta de tarugadas que se me ocurrían.
A él también le platiqué de mi primera experiencia sexual, la cual tuve a los 15 años, con una mujer de 24 años.
La mejor manera que alguien sueña con tener su primer encuentro sexual, me sucedió a mi, por mi cercanía con las artes plásticas, no por ser aprendiz de ello, sino por ser amigo de mi querido amigo de la infancia -nos conocimos él de 10 y yo de 9 años, más o menos- Valerio, ya fallecido hace casi 12 años.
La mujer -modelo del escultor Octavio Ponzanelli, papá de mi amigo desde la infancia- guapa, blanca, de piel sedosa, cabello negro ensortijado, de aproximadamente 1.60 de estatura, senos firmes, una cintura exquisita, unas nalgas y unas piernas abrumadoras, no era flaca, como el prototipo actual, sino de una belleza renacentista, fulgente.
Yo no hice nada, ella me lo hizo todo.
Fue espectacular.
Y tuve la confianza de platicarlo con mi padre, a quién descubrí como mi confidente y amigo, a partir de los 13 años -antes, para mí, era un padre alejado, la encarnación de la autoridad, distante-
Pero me he vuelto a distraer, con este recuerdo ahora rememorado.
Continuará…