Pasaron no se cuantas semanas, después de la plática en que avisé a mi papá la decisión de abandonar la UAM, no así los estudios.
Un día, como tantos otros, fuimos al cine, no recuerdo si también era sábado o domingo en la tarde.
Como en otras ocasiones, nos íbamos en transporte colectivo y nos regresábamos a la casa caminando.
A ambos nos gustaba caminar, por la ciudad, a veces esos paseos duraban hasta tres o cuatro horas.
Recuerdo que fuimos al Cinema Morelia, en la calle del mismo nombre, en la colonia Roma.
No recuerdo que película vimos, lo que sí, es que salimos comentando algo acerca de la función que acabábamos de ver y nos fuimos caminando a la casa de regreso.
Calculo que eran como las cuatro o cinco e la tarde y en pleno trayecto, sin aviso de por medio, mi papá me soltó ¿Por qué no intentas en la UP?
Me quedé helado, fue un trancazo que ni lo vi venir.
No supe que responder, solo trastabillé.
Mi papá con toda calma y ecuanimidad, como si estuviéramos hablando que se yo, del clima, de algo sin mayor relevancia, siguió comentándome que no tenía nada que perder y si por cualquier razón no me aceptaban, entonces que fuera a la Escuela Libre de Derecho.
Sus razonamientos fueron contundentes e impecables ¿Qué temía yo? Creo que el ir a poner mi cara -después de haberme dado de baja un semana antes que iniciaran los cursos en la UP, en agosto del año de 1981, de lo que ya habían transcurrido no se si seis o siete meses- me suponía (y no hay cosa peor que suponer) en una situación incómoda que no quería enfrentar.
Continuamos el camino, ahora en remembranza del momento, yo seguí a mi papá casi como autómata, él, inteligente, tocó otros temas varios y como si nada.
Le hice caso a mi papá, afortunadamente.
Fui a la UP, creo que al día hábil siguiente, con el temor de que no me aceptaran.
Llegué a la entonces Escuela de Derecho -aún no había adquirido el título de Facultad- y pedí a la asistente -la señora Cortina- que me permitiera una solicitud para hacer el examen de admisión -mismo que había hecho un año antes y por el que había sido admitido, además de por mi promedio de diez en preparatoria- me dijo que esperara y en eso estaba, cuando arribó el entonces subdirector Dr, Miguel Ángel Ochoa, quien había sido uno de los directivos que me entrevistaron el año anterior y se acordaba de mi.
Cuando lo vi entrar, me dio pena, pero el me saludó y me preguntó ¿qué hacía ahí? le dije por lo que iba y dio la instrucción a la señora Cortina que me diera la inscripción, sin mayor trámite, pues ya lo había hecho el año anterior.
Me quedé boquiabierto, y a la vez me sentí muy contento.
Mi papá había tenido razón una vez más, y pues nada, que así retorné a la UP, de donde me di de baja en 1981.
Así comencé, un año después, en agosto de 1982 la carrera de Derecho.
Por supuesto, como lo he comentado antes, mis complejos continuaron, y aunque hice buenos amigos, ni duda cabe, me atormentaba, tontamente, mi situación la cual ya antes describí, lo cual se acendró toda vez que la gran mayoría de los compañeros, con padres industriales o abogados de alcurnia, estaban en condiciones económicas totalmente diferentes a la mía, los que más, los que menos.
Cursé los diez semestres sin contrariedad alguna en lo académico, excepto que en primer semestre tuve un altercado con el maestro de sociología, quien ostentaba el grado de Doctor, el cual obtuvo en la Universidad de Navarra, pero que era principiante y se le notaba esa su inseguridad, al grado que su molestia la llevó a la Dirección de la Escuela de Derecho.
Recuerdo que sus clases consistían literalmente en leer el libro de Don Isaac Guzmán Valdivia «El conocimiento de los social». Durante los recesos que había, hacía discusiones insulsas, sin sentido, de todo tipo, entre ellas, religiosas y en una de ellas, a mitad o poco más del semestre, tuve el desatino de discutir con él, lo cual fue suficiente, para él y literalmente me fue a acusar de ateo, comunista y no se que tantas barbaridades más que, obvio, no eran ciertas.
Por suerte, los otros tres maestros que me impartían clase, estuvieron en esa junta, al igual que los subdirectores y nadie compartió su opinión; entiendo que salió molesto porque no tuvo el eco que esperaba -me enteré de ello, porque uno de los maestros que estuvo presente en esa junta, me lo platicó y me pidió que fuera cauteloso, con ese profesor- pues solicitó formalmente que se me expulsara.
Para fortuna mía, las calificaciones -ya habían pasado dos exámenes parciales en cada materia- participaciones en clase de las otras materias, además de mis antecedentes escolares en preparatoria, que conocían los directivos, fueron suficientes, para no avalar e incluso desechar su petición.
Claro que en esa materia por más que me esmeré solo alcancé -por su mezquindad e inmadurez- ocho de calificación, mientras en las demás obtuve diez.
Cosas de la militancia… es broma.
Ahora, que llevo años impartiendo clases, se me hace tan sin sentido lo que hizo ese maestro, quien por cierto solo dio clase ese semestre y yo me quedé con mi ocho.
Continuará…