Mi adyacencia con mi otredad…(8)

Mientras, mi mamá también trabajaba a la par de mi papá, en el hogar.

Ella hacía milagros para estirar «el gasto», es decir, lo que mi papá le daba para que hiciera la comida, día a día.

Entre semana nos levantábamos, mi mamá y yo -para acompañarla- a las cuatro de la mañana para ir al puesto de la CONASUPO, que estaba del otro lado de las vías de ferrocarril, cerca de un mercado en la colonia de al lado de Tlaltelolco, para hacer fila a fin de comprar leche y un bolillo que llamaban «pan roll» por cierto muy rico, con el que nos preparaba nuestras tortas, luego de regreso a arreglarnos para ir a la escuela, a mi otra realidad.

Recuerdo varias ocasiones en que sacaba dinero de donde podía para comprarnos material para la escuela (plumones -los «Markana» de Pelikan- cartulinas, hojas «con marco», etc.).

Por mi parte, en la primaria, no me fue mal, pero tampoco destaqué.

Fue a partir de la secundaria donde hubo una transformación en mi, que continuó en la preparatoria y posteriormente en la universidad, donde desde mi perspectiva, la única forma que tenía de retribuir el esfuerzo de mis padres (así, constantemente me lo decía mi mamá, señalando que: «eso le hacía muy feliz a mi papá, al ver que su esfuerzo no era en vano», y yo lo creí sin chistar), era estudiando y sacando buenas calificaciones, así que a eso me dediqué.

Así, de primaria salí con 8.3 u 8.6 de promedio; en secundaria con 9.3 y en prepa conseguí el 10 -diez- perfecto en todo, luego en la universidad fui el mejor de mi generación.

Nunca fue por competencia, tampoco por el afán de destacar, sino que era mi pequeño tributo hacia mi padre y mi madre.

Continuará…

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