Mi adyacencia con mi otredad…(4)

Por la parte materna, mi abuelo, el que llegó a ser Coronel -nacido en Atlixco de las Flores, Puebla- se licenció de las fuerzas armadas terminando la revuelta (más o menos en los 20´s) y se dedicó a andar de aquí para allá.

Sus dotes lo llevaron a dedicarse al comercio.

Las supo aplicar tanto para dedicarse a introducir jitomate cosechado en Sinaloa, a la Ciudad de México principalmente, aunque también a moverlo por otras partes de la República y a Estados Unidos y, también para robarse a una hermosa y llamativa güerita de ojo verde, nacida atrás de la Catedral de Puebla, que como sus padres no iban a aceptar que anduviera con un zarrapastroso mulatón, ex revolucionario, optó de manera práctica, por robársela y con la cual, se casó después de vivir arrejuntados por más de veintitantos años y haber tenido cinco crías, de las cuales solo sobrevivieron los tres últimos: una niña morena como su padre, de pelo ondulado, mi madre; un niño güero, de ojo verde como su madre, pero con el pelo ensortijado como su padre y el más chico, también moreno, pero de tipo más bien moro.

Este señor, al conocer las mieles del dinero, empezó un negocio junto con otro de sus hermanos, y así mientras él viajaba para comprar cosechas, encargarse de su empaque en guacales y ponerlos en el ferrocarril para enviarlos desde los estados del noroeste a la Ciudad de México, o a otras partes de la República y según creo algo a los Estados Unidos, con lo cual se «hacía buen dinero», su hermano menor, se encargaría de colocar el producto que llegaba a la capital.

Se repartían las pingües ganancias, del dinero ganado en el D.F., así como del generado en el Norte. Por lo menos así era en teoría y al principio se llevó a cabo conforme su plan trazado.

Luego, vinieron, en esa bonanza, las francachelas, festejos, aguardiente y mujeres.

Mientras en la Ciudad de México el hermano menor «administraba» aprovechando para su beneficio personal, que conocía los vicios de su hermano mayor y se quedaba con más allá de su parte, y a penas si repartía, cuando lo quería, algo para la mujer de su hermano y sus hijos, quienes vivieron situaciones prácticamente de mendigar comida, porque el tío se olvidaba de entregar lo que les correspondía y al hermano mayor lo mantenía entretenido.

La mujer del hermano mayor, era un cero a la izquierda, por más que se quejara, no importaba lo que dijera, la razón siempre se le daba al carnalito menor.

En ese ambiente de carencias en uno y otro lado, vivieron sus infancias mis respectivos padres: uno porque asaz el destino, así lo decidió; la otra por que su padre así lo permitió.

Continuará…

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