Mi adyacencia con mi otredad…(3)

El ser humano puede tener circunstancias exógenas totalmente adversas a su esfuerzo y empeño, aunque también es cierto que, en otros tantos casos, hace todo por auto boicotearse.

Estoy convencido que en esencia cada persona es el arquitecto de su propio destino -Amado Nervo dixit- y encuentra lo que busca -buscad y encontraréis, bien lo dice la Biblia-

En el caso de mi abuelo materno, labró su propio sino, eliminado la posibilidad de una estabilidad y bienestar económico para su familia, lo que generó duras consecuencias para las siguientes generaciones.

No es una crítica ¿De qué o para qué serviría? No es la idea de estas líneas discurrir en los errores de mis ancestros inmediatos, sino solo plantearme los hechos, para repasar mis orígenes y realidad -ésta última, con los instrumentos que me dotó Dios y las herramientas que me dieron mis padres- que he forjado, con mucho y arduo trabajo y, en ocasiones, con no poca suerte, de la que me he visto favorecido.

Estoy consciente que no hay manera de cambiar el destino como ya fue escrito; sí, por el contrario, lo que pueda deparar ese destino, eso claro que depende, casi siempre, solo de cada uno.

Por otra parte, mi abuelo paterno, nacido en los primeros años de la segunda década del siglo XX, fue concebido, literalmente, a consecuencia de una violación -como otros tantos- durante la época de la revolución mexicana era como se estilaba cuando los «valientes» guerreros llegaban a un poblado y tomaban -robaban- riquezas y mujeres (su padre biológico que nunca se entendió de él, era un lugarteniente zapatista, su madre una lugareña de por aquellas regiones, donde inicia el Sur, olvidadas de Dios).

Nació en Achichipico, poblado del municipio de Yautepéc, en Morelos.

Fue educado por su madre -bien dicen que la definición de madre soltera es aquella que tiene los huevos que le faltaron al que les engendró el hijo- y auxiliada siempre por su hermana, la tía materna de mi abuelo.

Con apenas pocos estudios, suficientes para saber leer y escribir, se fue labrando una carrera haciendo de todo, luego empezó como comerciante en pequeño y fue creciendo para, posteriormente, iniciarse como industrial zapatero, hasta que llegó «Tata» Lázaro (Cárdenas, tan idolatrado en el santoral de los héroes nacionales, sin regatearle méritos por otras razones de relevancia para el país, aunque también de secuelas no del todo positivas, sin intentar en forma maniquea restarle su calidad de héroe nacional), con su ola nacionalista, de corporativismos sindicales, permite estallar una serie de huelgas, de la que fue una más su fábrica de zapatos -que por cierto se denominaba calzado CBM- (en honor a las iniciales de su primera hija), y terminar con su exigua y a penas floreciente economía.

De nuevo al suelo y a recomenzar haciendo de todo, con la consigna, sin opción, de nunca cejar en su empeño, siempre continuar a toda costa sin claudicar, mientras hubiera vida.

Tiempo después, empezó, sin saber nada, a tomar fotos, luego a aprender a revelarlas y hasta tener su estudio fotográfico donde, por circunstancias que desgraciadamente no conozco, fue asignado como fotógrafo oficial del candidato a la Presidencia de la República, Miguel Alemán Valdés, cargo que conservó cuando fue electo presidente y que unos meses antes de tomar posesión, la Diosa Fortuna, en sus extraños designios, decidió quitarle la vida, dejando cinco huérfanos (de 14, 12, 10, 9 y un año), una viuda muy joven de 31 años, a su madre y tía, sin más cobijo y que con la ayuda que fue a solicitar mi abuela al gobierno federal.

Logró que la SEP (Secretaría de Educación Pública), les diera becas a cuatro de sus hijos, y un trabajo como bibliotecaria en al Biblioteca Nacional para ella.

Como anécdota curiosa, la viuda, mi abuela, aunque nació en Tepotzotlán, Estado de México, fue registrada en Nuevo Laredo, Tamaulipas, a instancias de mi abuelo, para obtener la residencia americana, como nacida en frontera, pero esa es otra historia.

Así fue como fueron sobreviviendo.

Baste señalar que las niñas de 14 y 10 años no aprovecharon su beca en una escuela de «niñas bien» (el Instituto Pedagógico Anglo Español, colegio de monjas) e igual sucedió con los chamacos de 12 y 9 años que fueron becados en la Academia Militarizada México, y no duraron ahí mucho tiempo.

Luego de un año entre muchos otros complicado, todos abandonaron los estudios más temprano que pronto y mi papá y su hermana mayor, se dedicaron a trabajar en diversas faenas para apoyar en la economía familiar.

Posteriormente retornaré a esa historia, en lo referente a uno de los huérfanos, el de 12 años: mi padre.

Continuará…

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