El acaso

Inició un comienzo ¿nuevo? digamos que es una afirmación válida y en el entorno común, aceptada.

El convencionalismo más o menos aceptado, es algo en lo que estamos instalados -inmersos- cada que empieza un año, sea por convicción, facilidad, costumbre, seguir la corriente o simplemente continuar, sin reparar en ello.

Diré lo obvio, la verdad de Perogrullo: es algo cíclico, continuo y que se repite, aunque, con el transcurso de los años, los actores en escena van cambiando o desapareciendo naturalmente, tal como la letra de esa canción que cantaba Julio Iglesias: «…al final, las obras quedan, la gente se va, otros que vienen las continuarán, la vida sigue igual…»

Así es que, de menos, aunque no lo pensemos -tal vez a veces es mejor no darle tantas vueltas a ciertas ideas, conceptos y pensamientos- hay que vivir, dedicarnos a ello, con la convicción de hacerlo lo mejor posible, si se puede imprimiéndole pasión cada que se pueda, mientras dure, hasta que dure…

Y lo que menciono no es una declaración para un hedonismo abierto, sin sentido; por el contrario, es una afirmación acerca de la responsabilidad que conlleva la libertad en el ejercicio de la voluntad, porque los derechos implican deberes y compromiso, con uno mismo y con los demás.

Claro, tampoco pretendo una apología o exégesis filosófico-vivencial.

Únicamente quiero expresar, en este enero lo que me viene a la mente, y de la mejor manera posible, solo por el gusto de compartirlo y ya.

Empieza el día 11, segundo tercio del mes.

Una vez escuche la frase: «se acaba enero, y se acaba el año»; en los últimos años así me lo ha parecido.

Mientras tanto, las cuatro estaciones del año transcurren una y otra vez, para luego volver al punto de partida una y otra vez, para continuar, en lo que es nuestro tiempo, el de cada quien, dentro de esa relatividad de un movimiento, permaneciendo quieto donde se está o yendo y viniendo para para mantenerse a final de cuentas, en el mismo lugar y, vana ilusión, todo permanecer igual hasta que se termina el breve momento que cada quién tiene en su haber de vida.

Así que, si se tiene vida, cumplamos el designio de vivirla.

No enclaustrarnos en el pasado que fue y ya se fue, ni tampoco anticipar vísperas, de lo que no a llegado aún, y tal vez no llegue.

Quedarse en el presente y a cabalidad estar, con la convicción de que alguna vez terminará, pero mientras tanto ¡A vivir!

¡Salud!

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