Respecto de las cuestiones previamente mencionadas, me surgen algunas reflexiones.
Como soy quien escribe esta historia, me permito hacerlo primeramente respecto de lo desconcertante que fue para mi saber de eso que les pertenecía a ellos -así se los comenté en diferentes momentos- por la extrañeza obvia al saber algo que no era de mi incumbencia y con la que me sorprendieron, así como después, cometer el error de preguntar, al coincidir, tiempo después, con él.
La primera reflexión ¿Por qué me lo platicaron ambos a mí?
De una forma simple, si no es que infantil -así me lo pareció- porque requerían platicar su gran secreto a un tercero entre los que me consideraron de confianza. No supe que hacer y me quedé escuchando la narración de ambos, en que hablaban sin tropiezos y de una manera extrañamente coordinada.
La segunda ¿Qué esperaban de mí, sí ni siquiera era su confidente -de ninguno de los dos- y más bien era alguien meramente de paso?
Nada, solo que un extraño, supiera algo y ya. Tampoco supe que hacer.
La tercera, para desgracia de la relación – honestamente no pude dejar de sentir algo de tristeza, después de todo lo que me contaron la primera vez- encontrarme tiempo después, coincidencias de la vida, de nuevo con él, y como ya lo señalé previamente, cometer el error de violar una regla esencial: no preguntar lo que no se quiera saber. Por mero formulismo, que dio pauta a una charla larga, acerca de como andaba su relación con ella, me vine a enterar de lo que ya adelanté, en esta que considero, sin exagerar, una tragedia de amor.
Después de pensarlo, decidí, respetando a los protagonistas, hacer algo con la información que tenía, sin quererlo, y al meditar, se me hizo una historia que debía escribir, para que de menos, cual breve y modesto tributo del que nunca van a enterarse, quede, y como mensaje dentro de una botella se vaya a través del mar a que alguien lo descubra y lea, así no quedará en el olvido, o quizá sí, pero estará la ilusión de lo imperecedero a lo que aspiramos tontamente los seres humanos.
Regreso después de mis cavilaciones a la narrativa de la historia que me he propuesto contar en este escrito.
Considero, y me refiero desde la perspectiva como hombre, que la mayoría no soportaría saber -si quiera una mínima parte- acerca del pasado de su pareja, aunque fueran situaciones de lo más comunes: un noviecito de la adolescencia, una ilusión platónica, saber quien la besó o de quién fue el primer beso, o una primera experiencia o las veces que hizo el amor ¡uf! terreno prohibido, escandaloso, intolerable, insufrible e insoportable, al grado de llegar a destruir todo el supuesto sentimiento que se le profesa a una mujer.
Creo que todavía hay la estúpida creencia de que el hombre siempre quiere ser el primero, sino es que el único, para una mujer, aunque también dicen que las mujeres anhelan ser la «última» de su hombre; ambos casos, como si se tratara de tierra conquistada y no de personas.
Pero me estoy distrayendo de lo que ahora cuento.
No sé, si sea por natural recelo, mezclado con orgullo, de saber que hubo una historia en la que no se participó y en la que esa persona pudo ser feliz fuera de nosotros y sobre todo, lo peor ¡sin nosotros!
¿Cómo va a ser eso posible para el ego?
A la mayoría de los que conozco, los enerva, solo imaginar cuestiones mucho menores e irrelevantes de su pareja, y por eso la mayoría de las mujeres resguardan sus secretos, sino es que prefieren decir mentiras a su pareja.
Ahora, el ubicarse en situaciones que conllevan relaciones corporales y hacer de ello una profesión, es una prueba que al estándar común rebasaría por mucho, al grado que a la mayoría parecería absurdo, hilarante, inconcebible y, que de no ser una novela rosa o película romántica, de esas que aburren, sería motivo de burla.
Pero no fue así, para él.
Él, al saber todo lo que ella le contó de su vida, quedó absorto; sin embargo, no lo pensó, solo escuchó con el corazón, afianzó su sentimiento y decidió continuar con ella, amándola, bajo la premisa y convicción, para él -como ya lo dije- que, gracias a todo por lo que ella pasó, estaba ahí, precisamente con él, intentando la aventura ambos, de seguir sus sentimientos y comenzar, quizá, su gran amor, sabiendo dónde estaban y juntos querer encaminarse a algo de ellos y para ellos.
Él, sin proponérselo, se atrevió a adentrarse por esos caminos ignotos, de saber absolutamente todo de su pareja, porque ella era la que desesperadamente necesitaba contarlo y prefirió el riesgo de tal vez inmolarse con la confesión que le hacía a él, a quedarse callada, esconderlo y sencillamente tragárselo, como muchas otras mujeres que por miedo dejan enterrado su pasado, aunque les carcoma o bien cínicas, de vez en cuando, absortas en sus experiencias y sin darse cuenta, se les dibuja furtiva una sonrisa maliciosa.
Y sucede que no fue algo menor lo que ella le platicó a él; es decir, no se trataba de tópicos más o menos comunes: meras relaciones de noviecitos pasados, que como tantas mujeres tienen y luego olvidan o niegan, sino de situaciones más fuertes, profundas, en las que se involucran temas que…no viene al caso profundizar, ni vale la pena mencionar, por respeto a esas personas, a su relación.
Además, para lo que ahora escribo, no viene al caso contar detalles, que a la par de irrelevantes, aunque me los hayan contado, no me pertenecen y no seré quien los de a conocer ¿para qué? tal vez no se creerían, incluso se pensaría que exagero y en el mejor de los casos se pensaría que se trata de mera ficción.
Cabe reiterar, que él nunca preguntó acerca de nada, no indagó, ni le interesaba curiosear respecto del pasado de ella ¿para qué?
No era su prioridad, ni le importaba.
A pesar que él no buscó y nunca lo pretendió por respeto a su amor por ella, tomó esa decisión, consciente de lo que arriesgaba.
Fue ella, quien tenía la imperiosa y angustiosa necesidad de contarle a él su historia; parte, por la confianza que en él sintió desde el primer momento en que se soltó, por estar él frente a ella, a platicarle sin más acerca de su vida, cuando aún eran dos extraños, después de lo cual, se lo llevó a la «intimidad» de una mera transacción comercial; y también, en gran parte porque en la convicción de ella, requería hacerlo como catarsis para llegar «limpia» a él.
Comente que de la nada se dio esa «confianza».
Creo que, más bien, desde mi perspectiva, como espectador, y así se los comenté -en las contadas ocasiones que me atreví a interrumpirlos, en la larga conversación que tuvieron ambos conmigo- lo correcto es precisar que sucedió que se prendaron el uno del otro.
Cuando se los hice saber, se quedaron pensando un poco, se miraron de una forma que solo los enamorados lo pueden hacer y después sencillamente al voltear a verme, al unísono asintieron casi imperceptiblemente y continuaron en su narrativa.
Él, fue quien primero lo captó, se percató de ello y entendió que valía la pena luchar por ella, aunque se sometiera a un riesgo en el que tal vez perdiera su tiempo y hasta quizá ella, se burlara de él.
Ella, tal vez sin saberlo y más cauta, con una experiencia de varios hombres atrás, solo se dejó llevar, al principio porque él -«Matute», así lo apodaron sus compañeras- simplemente le caía bien y, sin saberlo, le iba depositando a ciegas su confianza.
Es posible que ella lo hiciera porque él se le hacía un tipo diferente a los que había conocido, y de ahí que lo sintiera alguien especial: probablemente un amigo, o algo así, quizá; pero no pensaba en que fueran a ser pareja. Nada más alejado de su sentir, sobre todo, porque ella traía el sentimiento encontrado de recién haber terminado una relación que todavía añoraba y esperaba en vano -como Penélope (la de Serrat)- a que regresara ese novio al que confió un poco de su vida, y que fue suficiente para que se alejara, por miedo, de ella, cuando incluso hasta pensaban en una relación y posible matrimonio.
Claro que ese anterior novio, sin saber todo del pasado de ella, tan solo por unas publicaciones sensuales, que ella le mostró -e hizo en razón de una situación muy fuerte de salud por la que pasó y, que cuando le ofrecieron esa oportunidad, la aceptó porque fue su modo de sentirse que, después de lo que le sucedió, podría ser y aparecer atractiva, más que por frívola vanidad, por afianzar su seguridad, que sentía perdida- se enfureció.
Le dijo que se avergonzó de haberla presentado a su familia y acabó cortándola, según le dijo, muy a su pesar, porque se sintió traicionado y no pudo lidiar con saber que, la que suponía podría ser la madre de sus hijos, a quien había presentado previamente en su casa, a sus papás, hubiera a aparecido en ciertas publicaciones, con poca ropa, sin aceptar explicación alguna de ella.
No la escuchó y menos aceptó su circunstancia, mezcla de machismo, egoísmo y porqué no, inseguridad y miedo.
A lo mejor, se pensaría que cualquier otro le daría la razón a ese novio ofendido, si no es que, hasta le criticarían siquiera que hubiera andado con ella, porque la mayoría de los hombres no hubiera intentado nada más allá con ella, que un mero momento de placer, como si se tratase de un mero trofeo que lucir y ya.
Impensable de principio cualquier otra cuestión; la mayoría hubiera rechazado la situación, y ni imaginar una relación en serio, como si ello fuera un pésimo chiste, de mal gusto, fuera de lugar.
Incluso hubo quien, viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, se atrevió a dar su veredicto, cual juez implacable -velando por las buenas costumbres- estableciendo que, bajo un destino manifiesto, cada uno tiene un lugar del que no debe salir en la escala social -como en las castas indias- y menos permisible intentar la movilidad, siendo que, desde su estúpida y cerrada visión, a cada uno le corresponde un rol, bueno o malo, por un determinismo fatal y donde se está se debe quedar, así sea en el lodazal.
continuará…