¡Ah, el amor!
Bien se dice que, no se requiere del alcohol para hacer tonterías, basta para ello solo ese sentimiento.
Hablo del amor de pareja, ese viaje en el que dos personas se conocen (de la forma más sorprendente e increíble, que jamás nadie se puede imaginar), después de una serie de vicisitudes se enamoran y se embarcan, ilusionados, en una relación con sus altibajos y emocionantes vaivenes, creando expectativas de estar siempre juntos, haciendo su propia historia.
Esto que ahora narro, lo sé porque conocí a los dos involucrados, y créanlo o no, tiene un matiz diferente, quizá como distintas son todas las relaciones, pero ésta, en especial, sucedió en circunstancias, de menos, curiosas, a reserva de que pueda encontrarse un adjetivo más adecuado para definirla.
La cuento, porque me parece algo hermoso, aunque, sencillamente, no fue.
Quizá la belleza de la tragedia subyace en ese «tal vez», que no se llega a concretar y deja, a quienes conocen la historia, con un cierto sentimiento mezcla de melancolía y desesperanza, pero también de empatía por quienes la vivieron y sufrieron, entendiendo, aunque no fueran más que espectadores, que pudo haberle sucedido a cualquiera de nosotros.
Así, en esta tragedia, toda esperanza habida, terminó, haciendo el final triste y doloroso en el vacío de lo que no pudo ser: los protagonistas, héroes, amantes infortunados que lucharon para nada, mientras el amor se les iba muriendo, y ya separados, se invocan, el uno al otro, en el yermo desierto del ya no estar juntos, en suspiros furtivos, gritos ahogados que ya no encuentran eco y desaparecen en la oscuridad.
A lo mejor, lo más bonito de todo su amor, aunque no perduró, sea lo que les transcurrió y como lo vivieron -dice un trovador que es mejor haber amado, y perder, pues siempre acompañará ese sentimiento a quienes lo tuvieron, aunque el recuerdo sea doloroso, a nunca haber vivido ese sentimiento y solo existir-
Esta es la historia, que «platicaré», con más o menos fidelidad, de lo que me acuerdo y sé…
continuará…