Transcurren los días ahora, como lo hacen las horas y éstas como los segundos: sin darme cuenta.
A veces solo parece que despierto, pasa el día y llega la hora de dormir de nuevo. Y se viene el devenir y se va, sin a penas siquiera tocarlo.
A lo mejor es que me la paso existiendo y no reparo en mirar para asir cada instante para atesorarlo en el corazón; o es que acaso es tan vertiginoso el va y ven de la vida que a penas da respiros, cual suspiros, que hacen pasar los momentos a tal velocidad que ni sentirlos puedo.
Y suspiro, al ver destellos de lo ido, cuando ya no está.
Reparo en todo ello, y me tomo un tiempo para meditar acerca de la vorágine, cual remolino; esa que habita en mi mente, a fin de intentar aquietar el alma, calmar las ansias, y buscar acompasar de nueva cuenta la existencia mía completa: espíritu, mente y cuerpo, con el entorno, con los demás, con el mundo entero, a paso de su rotación y traslación para ver si intentando armonizarme con esos movimientos, logro seguir con calma el paso de cronos que no se detiene por nada, por nadie.
Y el primer paso para caminar, es pensar, luego andar hacia no sé dónde e irme a perder, quizá para ya no encontrarme y mimetizarme en el entorno de la madre naturaleza y así ser parte sin esfuerzos de ella misma, sin más afán que ser parte de ella y coexistir…
Pero regreso de mi delirio y de nuevo me encuentro aquí en mi ahora, donde soy y pertenezco a donde en verdad quiero estar para seguir en lo mismo a base del diario batallar y continuar en mi cotidiana realidad pero sin más instantes que desperdiciar en cavilaciones sin sentido que lo único que hacen es que se me vaya la oportunidad de poder gozar las bendiciones que disfruto, aunque a veces se me olvida valorar.
Y de nuevo estoy de paso a paso donde inicié: sentado viendo a un punto fijo, que en realidad es a la nada, allá afuera, en busca de mis adentros, para
ver que los días transcurren, como lo hacen las horas…