Necesito decirte que te amo mi querida amiga.
Te amo, a cada momento.
Te amo, como se ama a la vida, como se ama a Dios, como se debe amar a una mujer: en cuerpo y alma, en total entrega.
Porque tú eres para mí, lo más hermoso, lo mejor, el más grande de los seres creados.
Tu amor me ilumina desde hace ya varios años; por ti puedo o bien sufrir o ser dichoso.
Dios y el destino, que a fin de cuentas son lo mismo, juntó nuestros caminos paralelos y nosotros decidimos congeniarlos.
Es bueno saberte cercana a mí, pues te tengo bien adentro, te pido pues que permitamos el afán propio de cada día a esta relación, tal cual tú me lo has venido diciendo desde hace meses atrás, para convertir lo pasado en pauta de lo que debemos y no hacer, para ir reencontrando la manera de hacerlo distinto, pues cada afán tiene su propia circunstancia.
Hay compases de espera que se convierten en zonas de penumbra, de angustiosa inquietud; trabajo y trabajo que a veces agobia, pero otras tantas permite poco a poco hasta olvidar el pesar; vivo en continua contradicción que perturba y tranquiliza todo en mí.
Me despierto y me acuesto contigo; me baño, como, trabajo, manejo, tengo reuniones, dicto escritos, reviso documentos, me despejo y hasta sueño y todo, absolutamente todo, contigo.
Esto no es otra cosa que permaneces como mi continua y constante.
En todas mis actividades, en mis noches, en mis días, eres, y estás.
Te amo, insaciablemente, te amo.