Aquí en la página, es donde, a pausas, voy haciendo la narrativa de mi vida, y busco, sin saber si voy a encontrar, porque en verdad no se siquiera lo que busco.
Caminos de oropel se presentan por doquier, mientras en la disyuntiva estoy, sin saber si andarlos o mejor ir por veredas menos excitantes, y, al fin de lo caminado, tener la oportunidad de meditar, para poder (en mi) partir hacia lo que quiero y conseguirlo.
Nunca a lo largo de mi vida he hecho planes para lograr una meta; sencillamente las situaciones se han ido sucediendo, ora mejor, ora sin lograrse. Así, he transitado hasta ahora.
Admiro a quien planea para ir creciendo y desarrollar sus objetivos.
Yo, ni objetivos tengo.
Pero no se me tenga por vacuo, porque muy a mi manera, a tumbos y tropiezos, voy transcurriendo en mi devenir, apoyado en mi fe en Dios, en mi añoranza por mis padres y finalmente, que no al último, en mí, que soy mi principal generador y motor de mi propio desarrollo.
En realidad yo quería ser militar, me llamaba mucho la vida castrense, pero siguiendo el consejo paterno, no lo fui, quizá me hubieran rechazado, o no hubiera logrado lo que quería. No lo sé, pero el hecho es que dejé esa aspiración y escogí desarrollarme por otro camino.
De repente, de la nada, cuando entré a secundaria, desconozco la razón, supe que sería licenciado en derecho.
Y aunque con mil dudas, cuestionamientos de toda índole, resulta que me hice abogado y ya llevo desde 82 que inicié la carrera, casi 33 años en esto (ya 25, de titulado).
Tanto que ha transcurrido en todo esto y vaya que hay muchos recuerdos, buenos y malos de todos esos años.
Es increíble cómo se pasa el tiempo, pero excepto por la edad, en muchas cosas, me siento el mismo; claro, las canas, arrugas y el propio cuerpo ya no actúa con el mismo ánimo; y muchas veces, se empieza a quedar solo en la mente y el corazón.
En ocasiones me gana la nostalgia cuando traigo a la mente algunas circunstancias que han sucedido.
Veo las fotos tomadas hace tiempo y de la nada, se me salen las lágrimas, alcanzo a balbucear un ¿por qué? Y no de arrepentimiento o con la osadía de querer cambiar lo que ha sucedido, ni verdaderamente buscar una explicación, sino un pequeño lamento y tal vez un suspiro desdibujado que se expresa en esa forma, por saber que Dios tiene su propio orden, pero no comprenderlo en el momento, causa algo de dolor que se cuela en esa manera, tan sin sentido, como lo son varios de los sentimientos, que solo se sienten, aunque son inexplicables.
Pero también esa sensación de querer explorar más y más, como los niños, para ver qué sucederá, hace que la nostalgia se me vaya por momentos, y lúdico, me pongo con toda emoción a vivir, a veces en forma inentendible para la gran mayoría.
Y no es que me sienta incomprendido, ni raro o apartado; pero, si siento que no encaja mi forma de ser, en no pocas ocasiones.
En fin, que de repente no sé lo que digo, al igual que no sé, qué quiero y tan solo se me desborda el sentimiento como también en muchísimas ocasiones la imaginación, no por proyectos que realizar, sino para contarme historias y crearme fantasías a fin de transcurrir momentos agradables que me hagan volver a ese mundo mágico que no es compartido y donde puedo ser yo, sin ataduras ni limitaciones, donde juego a ser lo que quiera, como niño, sin importar que ya no lo soy.
Y me doy el gusto de imaginarme mago, de ser multimedallista olímpico, de ser buzo, explorador, piloto de aviones, investigador marino, descubridor de cosas para ayudar a otros, político (en la acepción de aquellos que hicieron algo por el bien de los demás), militar, y tanto tonto más que me agrada, a veces un muchas semanas o meses dándole vueltas a la misma idea, y crearme mundos virtuales, cambiando escenas, personajes, etc.
Pero también en mi mundo, desde que tengo uso de razón, tengo a mis amigos imaginarios, seres que siempre están ahí conmigo, sin reproches ni cuestionamientos y siguiéndome, dejándome hacer, escuchándome y estando ahí todo el tiempo, aunque por mucho tiempo no les haga caso.
Ese mundo es fantástico porque puedo ser muchas cosas y nunca hay conflicto ni impedimento, solo soy yo conmigo mismo, y juego recreándome en mis ideas en mis concepciones de cómo veo al mundo, sin dar cabida a nada más.
Y funciona, porque luego regreso a la realidad y puedo afrontar las responsabilidades, en mayor o menor medida, ya cargado de energía.
Lo sé, soy un chamaco de casi 52 años, impregnado de su niñéz, rodeado de una muy buena realidad en un presente sublime, pero que siempre retorna a ciertos recuerdos y pensamientos, un poco como «la historia sin fin», de Michael Ende.