Me explico a mi mismo la razón de este blog y razono, externando expresamente su porqué. Para ello acudo a un libro que leí hace más de dos décadas:.
Por ahí de 1965, Irving Wallace, publicó una serie de relatos que decidió recopilar y ampliar en el verano de 1962 -aún no nacía yo, y aunque la efeméride resulte irrelevante, como soy quien escribe y es mi blog, pues simplemente decidí precisarlo-, y los integró en un libro (séptimo u octavo que escribió), al que tituló: «The Sunday Gentleman«.
El origen del título, según lo menciona el mismo Wallace -me gusta, porque para llegar a la explicación del porqué ese título, hace toda una vuelta rebuscada, como suele pasarme en las más de las ocasiones a mi también- proviene de una, como él la denomina: «encantadora» anécdota que escuchó en cierta ocasión, acerca del actor John Barrymore -abuelo de la hoy famosa Drew Barrymore- quien fue reconocido actor de mediados de los 20´s y 30´s (Gran Hotel, Don Juan, etc.).
La historia, según la narra el propio Wallace, es que un amigo de Barrymore falleció tras una larga y dolorosa enfermedad. El actor asistió, un poco a la fuerza, al funeral, donde se mantuvo apartado de los demás amigos y dolientes y, ya en el cementerio, «siguió con mirada torva la ceremonia de entierro». Concluido el servicio, cuando las personas empezaron a retirarse, Barrymore observó que atrás se quedaba un viejo vacilante, «quien parecía clavado junto a la tumba, de la que no apartaba la vista». Barrymore después de un largo rato, se acercó lentamente a él y al estar lo suficientemente cerca, se inclinó para susurrarle: «Creo que a penas vale la pena volver a casa».
Así explica Irving Wallace, como pensó que debía llamar a este su libro, cuya creación en sí, y la presentación que el propio autor hace en el capítulo primero del mismo, son, si se me permite, en parte una introspección autobiográfica.
La referencia -rebuscada, pero no por ello menos interesante- es porque el libro en comento, lo consideraba en cierto modo como una despedida de su carrera de colaborador de revistas por más de veinte años.
Pero el propio Wallace indica que al empezar a trabajar en su libro, se dio cuenta que: «el título no era del todo adecuado», a pesar de la nostalgia, porque las situaciones y personas que había investigado seguían tan vivas como él; y comprendió entonces, «cual debía ser la nota exacta, algo menos grandiosa, menos pesimista, más personal.»
De ahí surgió «El Caballero de los Domingos».
Ahora bien, el origen de la frase, que más bien apelativo, «The Sunday Gentleman», proviene de la Inglaterra del siglo XVII.
Según narra el famoso escritor, En ese siglo en Inglaterra, un hombre que tuviera deudas, conforme a la severa legislación criminal inglesa, podía ser arrestado y juzgado. Si lo declaraban culpable, y si sus acreedores exigían que fuera encarcelado en la prisión de los deudores -Newgate- por su insolvencia y falta de recursos, podía ser aprendido por la policía cualquier día de la semana excepto el Domingo, que es el Día del Señor.
Por tanto, un hombre perseguido por sus acreedores y la justicia, solía esconderse los seis días de la semana, pero el domingo sabiéndose seguro, aparecía orgulloso en público, tan seguro como cualquier otro caballero solvente, para codearse en calles y tabernas con los amigos sin temor alguno.
Cuenta el propio Wallace que había muchos de esos Caballeros de los Domingos, como se les conoció en ese periodo, entre ellos algunos tan célebres como Daniel Defoe, marinero de York, empresario, periodista y autor de: «Vida y extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe«, quien en 1692 llegó a tener una deuda de 17,000 libras porque su fábrica de medias estaba al borde de la bancarrota, por lo que se vió en la necesidad de escabullirse en Bristol seis días a la semana y solo se dejaba ver en público el domingo, eso sí, «convertido de nuevo en su propio dueño y caminando con dignidad, vestido a la moda de la época <> Este papel de caballero de un solo día se mantuvo en vigor hasta que sus acreedores quedaron satisfechos, y entonces, y solo entonces, pudo ser su propio dueño y completo caballero todos los días de la semana».
La historia la trae a colación Irving Wallace como analogía de su propio sentir al haber sido durante veinte años colaborador independiente de revistas de Estados Unidos y Gran Bretaña y se veía asimismo, al igual que Defoe, como un Caballero de los Domingos, pues a lo largo de esos veinte años, escribía afanosamente los artículos e historias por encargo durante seis días cada semana para escapar a su versión moderna de la prisión de Newgate.
Las horas de trabajo, expresa el escritor, eran largas y la paga corta e insegura, y según señala, lo más auténticamente ínfimo era cuando no recibía nada por sus especulativos esfuerzos los cuales inició a los quince años de edad y que recuerda cuando a los diecisiete años, una mañana en su natal Wisconsin al salir a recoger la correspondencia al buzón de su casa se encontró con veinte manuscritos suyos, rechazados por las veinte publicaciones respectivas, luego fue de a poco adquiriendo experiencia y conocimientos de sus viajes, entre otros países a México, Guatemala, Honduras, Panamá, Colombia y Cuba, lo que le hizo escribir cuidando más su estilo y profundizando en sus investigaciones hasta alcanzar una categoría que le permitió contar con un agente literario en Nueva York, pero fue en los últimos ocho años de su carrera que logró una cierta modesta fama que permitió que recibiera garantía de pago por esquemas previamente aprobados, después de publicar en revistas como Esquire, Cosmopolitan, Collier´s y Reader´s Digest y eso lo hacía durante seis días a la semana, considerando que él inventaba ideas a medida para una publicación especial y los escritos que elaboraba para conseguir que se publicaran, era de lo que obtenía dinero para evitar la pobreza, sin que considerara que eso fuera prostitución literaria, sino simple sobrevivencia para sí mismo y para los que de él dependían.
Pero tenía un sentimiento ambivalente hacia su trabajo, porque cedía demasiado a un compromiso y le remordía la conciencia y determinó que seis días a la semana eran suficientes para escribir lo que le daba a ganar dinero para él y su familia. Decidió que el séptimo día de la semana sería para él, y así casi todos los domingos de esos veinte años de colaborador de revistas, lo dedicó a escribir artículos e historias que desde su perspectiva eran más honestos, aunque menos comerciales, porque eran enteramente suyos.
Los domingos, precisa Wallace, «escribía sin pensar conscientemente en ningún público de ninguna publicación en particular; solo escribía los artículos e historias que me interesaban totalmente y solo a mí. Esperaba que aparecieran impresos y que me pagaran por ellos, pero, si no eran aceptados, no importaba. Por lo menos un día a la semana podía aparecer ante mí mismo, y quizás ante el mundo, como un Caballero de los Domingos.»
Sigue la narrativa de Irving Wallace a lo largo del capítulo primero que tituló como «Presentación del Caballero», pero mejor dejo que cada uno, el o la que quieran se anime a descubrirlo.
El libro en general, esta muy interesante y entretenido. Yo lo leí, hace más de veinte años, pero siempre recuerdo esa anécdota descrita por Wallace acerca del Caballero de los Domingos, porque no en pocas ocasiones así me he sentido, que tengo que dedicar ese séptimo día de la semana a escribir, como catarsis, más para mí, que para que otros lo lean, lo cual por obvio, me encantaría que sucediera, aunque no es la razón de origen de escribir, sino la necesidad de hacerlo, para expresarme o más bien para dialogar conmigo mismo y soltarlo al viento, al igual que las personas que a veces encontramos por la calle y que van hablando en voz alta consigo mismas, lo cual nos parece de menos curioso, sino que extravagante o una verdadera locura -cada vez menos, porque gracias a los aparatos de la actual tecnología, ya no sabe uno si está la persona hablando utilizando «manos libres» o si en verdad le falta un tornillo-.
Pero esta mi forma de expresión,de mi para mi, que comparto en este espacio, es una afanosa conversación que no puedo dejar de tener, y que si comparto es para expresar y tranquilizar el espíritu, ese que me obsesiona a hacerlo.
Como mencioné párrafos atrás, al igual que Irving Wallace -en lo rebuscado, que conste- narré parte de su primer capítulo de El Caballero de los Domingos, a manera de manifiesto de porque hice este blog, que no espero lectores -aunque si los quisiera- para expresar y transmitir, como hoja al viento, ideas que me suceden y transitan por mi mente, así como externar y hasta compartir lo que he visto, o escucho o leo o me platican, para tenerlo en mi memoria y quizá algún día encontrar eco en ese alguien afín a esa misma necesidad de platicar escribiendo, por el solo placer de hacerlo.
Por cierto, que en la dedicatoria que escribió Wallace en su libro, expresó lo siguiente: «A Sylvia, cuya ayuda hizo posibles estos domingos.»
La mujer, siempre nuestro apoyo, fortaleza e impulso.
Me encantó